Educación

Bartolacci y los motivos de su contundente ratificación al frente de la UNR

Obtuvo el 85 por ciento de aval para seguir por otros cuatro años como rector. En esta entrevista con Marcelo Fernández hace un balance y adelanta los lineamientos de los próximos desafíos.

Con un contundente apoyo, que alcanzó el 85 por ciento de las adhesiones, Franco Bartolacci renovó su mandato como rector de la Universidad Nacional de Rosario. Hay que bucear en el archivo y dedicar algunas horas para encontrar antecedentes de un aval semejante en la historia de esta casa de altos estudios.

“La victoria nunca da derechos, sino más responsabilidades. Y cuanto más holgada es, más responsabilidades todavía. Así que trabajamos por todo lo que falta, que es mucho para que la Universidad esté un poco más cerca de lo que aspiramos que sea”, planteó Bartolacci en diálogo con Marcelo Fernández en el programa «Con sentido común», de CNN Radio Rosario.

—¿A qué le atribuye semejante respaldo en su gestión?
—Creo que hay dos cosas que explican el resultado. Una, sin lugar a dudas, es el trabajo. Vivimos cuatro años tremendamente difíciles, en los primeros dos con pandemia y restricciones. Y con enormes dificultades económicas que, por supuesto, para la gestión de lo público genera una enorme cantidad de problemas. Aun con todo eso, pudimos provocar uno de los procesos de expansión más importantes de la historia de la Universidad. Sólo para citar un ejemplo: en cuatro años pusimos en marcha más de 170 nuevas carreras entre licenciatura, tecnicatura y diplomatura.

—Es una cifra impactante…
—Las tres escuelas que tenemos son preexistentes a la constitución de la UNR como tal, el Politécnico, el Superior de Comercio y la Agrotécnica. En toda su historia la UNR como tal no había creado ninguna escuela. Nosotros fundamos una, la de Sociales, que ya está en marcha, pero además dimos inicio tres polos educativos de educación media, uno en El Trébol, uno en Puerto San Martín y otro en General Lagos. Pusimos en marcha la secundaria virtual, con más de 500 personas cursando. También la Escuela de Oficios, que ya tiene más de 12.000 estudiantes. En materia de infraestructura emprendimos un proceso de recuperación y puesta en valor del patrimonio edilicio de la Universidad que no reconoce antecedentes, y extendimos como nunca las políticas de bienestar, que son las orientadas a acompañar y contener a nuestra comunidad. Por eso creo que una de las razones que explica el resultado es el trabajo y, además, la función de todo ese trabajo. Como nunca antes hizo más visible a la universidad, la puso de cara a los problemas que tiene la sociedad de Rosario y su región, que para mí era un desafío impostergable.

—¿Y la otra razón?
—Creo que la forma de hacer este trabajo, que yo lo tomo también como un mensaje de la Universidad hacia un país que tiene tantas dificultades para ponerse de acuerdo en lo importante. Ese 85 por ciento que acompañó la gestión no piensa igual sobre todas las cosas, sino que establece prioridades porque nos reconocemos parte de una comunidad. Entonces hubo mucho diálogo. Eso siempre requiere quizás el camino más largo, porque hay que otorgarle mucho tiempo, construir síntesis no es fácil, pero creo mucho en esa manera de hacer. En buena medida en el futuro del país se juegan dos cosas: la recomposición de la política, tratando de recuperar la capacidad de hacer ante las enormes dificultades para cumplir con lo comprometido; y en términos de cómo hacer esa construcción, esta idea de reconocernos parte de una comunidad y tener la capacidad y la sabiduría de poner sobre la mesa todos los problemas. Esos dos fenómenos son los que explican un resultado tan contundente, que a mí me genera mucho orgullo, pero que aspiro sea también un mensaje para la sociedad en su conjunto de que las cosas se pueden hacer de otra manera.

—¿La mayor parte del presupuesto de la Universidad sigue estando destinada al pago de sueldos o cambió?
—Eso no cambió. De hecho, es así en todo el sistema universitario nacional. Del presupuesto que recibimos anualmente aprobado por el Congreso de la Nación, alrededor del 90 por ciento se destina al pago de salarios y el 10 por ciento a gastos operativos. Por supuesto que en contextos inflacionarios, como los que atravesamos, con ámbitos paritarios que se abren mes a mes para recomponer el salario frente a la pérdida del poder adquisitivo, esa relación se distorsiona aún más porque lo que se envía para gastos se mantiene inalterable a lo largo del año, y lo que se envía para salario se va incrementando conforme los acuerdos de recomposición salarial. La cuestión presupuestaria es importante, porque finalmente uno para todas las cosas que requiere hacer necesita en algún punto contar con el presupuesto. También creo que muchas veces la gestión, sobre todo en situaciones críticas como las que atraviesa la Argentina, es imaginación, es creatividad, es ponerle cuerpo, es encontrar fórmulas que permitan hacer posible lo que es necesario. Y yo creo mucho en que uno le devuelve legitimidad a la gestión pública y a la gestión política asociando lo que uno cree con lo que uno dice con lo que uno hace. Esto es lo menos frecuente y es parte del fundamento del malestar de la sociedad con la política. Lo que sí me produce orgullo es que todo lo que anunciamos el 6 de agosto de 2019, cuando asumimos, hoy lo cumplimos o está en marcha. El 100 por ciento de las cosas. Eso, por supuesto, no lo digo en términos personales. Es una gran construcción colectiva donde cada uno en su lugar hizo un gran aporte para que eso fuera posible.

—¿Cuántos alumnos tiene hoy la universidad?
—Si contamos alumnos de posgrado estamos hablando de una comunidad de alrededor de 120.000 personas. Es una comunidad muy grande, es de las universidades más importantes del sistema universitario nacional, es la cuarta o quinta de las 60 universidades públicas que hay en el país. Tiene una fuerza y una potencia la Universidad Rosario, fenomenal. La Universidad muchas veces se autopercibe como un palacio de saberes clausurados. Y creo que como nosotros somos consecuencia del esfuerzo colectivo que hace la sociedad para sostener una institución como esta, parte de la responsabilidad es darla vuelta y ponerla de cara a los problemas que tienen Rosario y la región. En todos los temas que son preocupación genuina de la sociedad hoy, la Universidad no sólo puede sino que además debe hacer un aporte.

—No quedarse adentro…
—Exacto. Por eso en estos días estamos presentando al Consejo Superior la propuesta de creación de una licenciatura de Seguridad Pública. Estamos llamando a una convocatoria de financiamiento para proyectos de investigación en esta materia. No puede ser que la Universidad, en el tema más urgente, no tenga cosas para decir. A mí también me desvela y hemos hecho un esfuerzo en estos últimos años por conducirnos hacia este lugar, y quiero que sea mucho más intenso en el futuro, pensar en cada cosa que generamos: cómo la Universidad hace un aporte, no sólo para formar profesionales de excelencia, que eso efectivamente lo hace, sino para generar cosas que puedan transformar la vida de la sociedad. A veces perdemos de vista un principio básico elemental, que es una sociedad pobre que destina una enorme cantidad de recursos para sostener una institución como esta y los destina por una aspiración, que es que de esa institución puedan volverles cosas que hagan mejor a esa sociedad. A mí eso me interpela todos los días y es lo que explica el esfuerzo que le ponemos a la tarea diaria, sobre todo pensando que hay mucha gente que hace ese aporte cuando paga sus impuestos y quizás no pudo venir a la Universidad o no pudo mandar a sus hijos. Nosotros tenemos que trabajar para que a esa gente le vaya mejor.

—¿Se nota un trasvasamiento de las carreras tradicionales a carreras más modernas, más nuevas, menos tradicionales?
—Sin dudas, creo que es cada vez más fuerte. Ya lo era antes de la pandemia y después de todo lo que pasó eso se intensificó mucho más. De hecho, esta idea de promover una rápida proliferación y creación de nuevas carreras tiene que ver también con la aspiración y la convicción de que hay que generar una propuesta académica más en sintonía con las aspiraciones de formación que tienen hoy los jóvenes, que no necesariamente están asociadas a la propuesta tradicional de la Universidad. Y la confirmación de eso es la inscripción a todas las nuevas carreras que pusimos en marcha en estos últimos años. Estamos hablando de casi 6.000, 7.000 estudiantes inscriptos.

—¿Qué porcentaje de los 120.000 alumnos se terminan graduando?
—Si tomamos el parámetro del Sistema Universitario Nacional estamos arriba del 20 por ciento, que es la media nacional. Sobre eso habría que decir y hacer muchas cosas. Ahora presentamos un programa que se llama Regresar UNR que permite a gente que no cerró su carrera pueda volver y terminarla. Hay alrededor de 6.000 personas de la última década y media a la que le queda menos del 30 por ciento de la carrera para recibirse. Y hay casi 1.000 que sólo adeudan la tesis o el trabajo final de carrera. Además, estamos presentando un proyecto al Consejo Superior para poner un tope a la cantidad de horas de las carreras. Necesitamos hacer licenciaturas más cortas para estar más a tono con lo que pasa en el mundo.

—¿Cómo se prepara la Universidad ante el avance de la inteligencia artificial?
—Yo creo que es una oportunidad. La pandemia puso en jaque todo lo que hacíamos dentro de la Universidad. El año pasado tuvimos muchos talleres para discutir eso: qué pasa en el aula y cómo lo hacemos. En la próxima sesión del Consejo Superior introduciremos un documento que promueve una reforma académica, pedagógica y curricular para que la Universidad siga cumpliendo con su misión y no corra riesgo de intrascendencia. Hay muchas cosas para discutir. Hay que congeniar de manera creativa e inteligente la presencialidad, que es la esencia de la Universidad pública, con la virtualidad, que nos permite derribar fronteras que son un obstáculo para el acceso a la educación superior. Hemos invertido mucho en tecnología y estamos en condiciones de avanzar en esa dirección. Hay que discutir el aula en el sentido más amplio de la infraestructura del aula. Qué hacemos con la tecnología dentro del aula, cómo la disponemos, cuánto duran las clases teóricas, qué hacemos con las clases prácticas. Y hay que discutir qué hacemos con la inteligencia artificial, que es la que hackea la estructura tradicional del proceso de enseñanza-aprendizaje. Discutirla en términos de cómo impacta respecto de eso, cómo hacemos un buen uso dentro del aula, pero también discutirla en términos institucionales, cómo puede una herramienta de este tipo ayudarnos a construir una mejor institución en términos administrativos. Estamos en todo este proceso.